La experiencia sábia me decía
que se fenecería la luz
en la lentitud de mi crepúsculo,
que acabaría envuelto en sombras. No
esperes, pues, mi regreso,
porque en donde me hallo
volver no puedo.
Y la vida me envejeció
como el tiempo al papiro.
La decrepitud del poeta se lleva
en el frío de mis dicciones,
vocablos y lenguaje.
Un rayo me apaga, yo hombre digno,
y me despoja de sus soles y estrellas,
de flores y de albas,
y del sonido de los violines.
Hoy sólo soy palabras
barridas hacia las cloacas
de mi ciudad enferma.
Y así como las hojas caídas del otoño
giran entre sí, barridas por la brisa,
así me despido yo de todos
con traje negro y capa caída,
paseando por las alamedas de la nostalgia
y mi epitelial escalofrío.
Mi fin como poeta-hombre
acaba de llegar,
en el andén, mi vagón número trece
no espera. Llegó, por fin,
el fin del hombre.
Mis palabras quedarán escritas
en el cielo y en la tierra,
en el aire y en el cosmos.
En las hojas
escritas están
mi vida y mis sueños,
anhelos y vocablos,
lágrimas y felicidad,
y sobre todas las cosas
mis recuerdos
hasta el fin de los tiempos.
Guillem de Senent. 03/10/2013
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