Truenan por
toda la Tierra,
el
cielo se ilumina por el caos
de
la luz de las tormentas.
Los
sellos cinco y seis se abrieron
y
con ello el septenio apocalíptico.
Bosques
arrasados, ausencia de los polos,
no
hay estación del año
que
las que marcan el fuego y el agua.
El
caballo rojo, el caballo negro,
el
caballo amarillo y el caballo blanco
campan
a sus anchas
provocando
el caos.
Océanos
que engullen ciudades,
tormentas
de arena en todo el mundo.
Se
levantan los antepasados,
los
mismos que nos avisaron
de
la proximidad de la hecatombe.
Aire
enrarecido, me quemo al respirar,
azufre
y salitre, sorprendentemente en armonía,
alineadas
para limpiar la faz
de
la anarquía de la humanidad.
Se
abren más sellos, suenan las trompetas
de
la venida de los nuevos tiempos.
Los
cielos parecen abrirse, quizás es un rayo de luz
para
los elegidos a repoblar.
Alzan
las copas, visión celeste
de
la esperanza,
aunque
la sexta se derrama y provoca cataclismos.
Tiempos
de tormentas se avecinan
para
todas las personas,
las
que fingieron amor y no lo daban,
los
que oraban y no creían,
los
que prometían y no cumplían,
los
de mente impía, los asesinos...
La
nueva Jerusalén está al llegar
al
final del camino de los septenios.
Guillem
de Senent. 09/07/2012. Todos los derechos reservados.
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